¡Qué error compararse con los demás!
Pedro había sido un
hombre muy favorecido por la vida. Había tenido unos padres cariñosos y una
niñez feliz. Su mente era despierta y siempre sacó buenas notas. Tuvo éxito en
la vida y su posición social era más que desahogada. Se casó con una mujer
guapa, excelente ama de casa y buena madre de familia; además adoraba a Pedro a
quien consideraba el mejor hombre del mundo... En resumen: Que tuvo una
existencia feliz, en una atmósfera tranquila, libre de tensiones y de
frustraciones. Su vida, pues, había sido irreprochable, gozando de una merecida
buena reputación.
La vida de Juan había sido otra cosa. Tuvo una juventud
amarga, pues sus padres se llevaban mal, discutían constantemente y amenazaban
con separarse. Fuese por sus taras emocionales, fuese porque no era demasiado
inteligente, sus notas eran casi siempre malas. Obtuvo a duras penas un título
universitario casi por condescendencia, y luego un modesto empleo, justo para
malvivir. Sin posibilidades para ahorrar, temía siempre caer enfermo o sufrir
un accidente grave. Había vivido en un barrio modestísimo, ruidoso y poco recomendable,
con casas antiguas y apiñadas. Su mujer era apática y además gruñona. Tal vez
por eso Juan bebía demasiado, perdía los nervios con frecuencia y decía
palabras malsonantes.
Ambos eran católicos y cumplían con sus deberes religiosos.
Pedro iba a Misa y comulgaba a menudo; Juan, sólo los domingos, las fiestas de
guardar y algunas otras fiestas señaladas. Dios se los llevó casi al mismo
tiempo, y los dos comparecieron ante Él para ser juzgados. Fueron ambos al
Cielo, pero el juicio les deparó sorpresas considerables. La de Pedro consistió
en que no obtuvo el puesto que se esperaba. "Sí, fuiste bueno -le dijo
Dios-, pero ¿cómo no ibas a serlo? Apenas tuviste contrariedades ni problemas.
Tus pasiones eran por naturaleza moderadas y no tuviste en tu vida fuertes
tentaciones. Has sido un hombre virtuoso, sí, pero debías haber sido un hombre
santo.
Juan, por su parte, tuvo una sorpresa todavía mayor, porque
pasó por delante y quedó situado más alto. Sin duda podías haber sido mejor -le
dijo el Señor- pero, al menos, luchaste. No te compadeciste en exceso de ti
mismo y nunca tiraste la toalla. Teniendo en cuenta tus insuficiencias y tus
circunstancias, no lo hiciste mal del todo y aprovechaste muchas de mis
gracias...
Tú, ¿por quién te ves representado? El Señor nos pide que
seamos santos. No te compares con el resto de la gente pues puede sucederles lo
que a Juan. Jesús, que sólo me compare contigo y que te imite en todo.
Continúa hablándole a Dios con tus palabras
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