Confesiones descuidadas.
Cuentan que un obrero había
encontrado un billete de mil dólares; no le llamó mucho la atención porque en
América los billetes son iguales aunque tengan más valor y aquel papelito no le
impresionó demasiado. Se lo guardó en un bolsillo, varios días más tarde, al
pasar por un Banco, entró a preguntar cuánto valía.
Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la suma equivalía
a tres meses de su jornal...
No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene;
puede ser un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras,
unos sellos valiosísimos... Cuando nos enteramos, solemos sentir una especie de
envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos un tesoro que
quizá no apreciamos: El Sacramento de la Penitencia. Tal vez al recibirlo
frecuentemente y sepamos que no sólo sirve para perdonar los pecados graves,
sino también los leves; que aumenta la gracia santificante y nos proporciona
una gracia especial para rechazar las tentaciones... Sin embargo, a lo mejor
nos parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores; que nos
acusamos una y otra vez de los mismos pecados, inútilmente... Si eso pensamos,
lo más probable es que nuestras confesiones no sean buenas. La Penitencia es un
sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar todo lo que tiene que ver
con la confesión.
¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los
pecados en concreto y también los veniales? ¿Hago propósito de no volver a
cometerlos? ¿Cumplo la penitencia?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario