Amar hasta el martirio.
Los bandidos encuentran al padre
Bressini en Canadá con un ladrón que se acababa de convertir al cristianismo, y
a los dos los torturan. Fue un martirio lento y refinado: Un día es una uña
arrancada, al día siguiente la falange de un dedo y así durante semanas.
El
padre Bressin¡ mandaba escribir así al Superior de los jesuitas: "No me
queda más que un dedo entero, me han arrancado algunas uñas con los dientes. En
seis veces han quemado seis falanges. Sólo en las manos me han aplicado el fuego
y el hierro más de dieciocho veces y me obligaban a cantar durante el
suplicio".
Cuando le tocó el suplicio al ladrón decía: "Padre
Bressini, ya no puedo más. Veo que voy a flaquear. ¡Pronto, pronto, Padre,
muéstrame tus manos! Ellas me dicen cómo hay que amar a Dios".
Cuando miramos un crucifijo, al ver clavadas las manos y los
pies y la cabeza con las espinas deberíamos decir como el joven ladrón:
"En tu Cruz veo cómo me has amado, Señor. Tus llagas me
darán fuerzas para seguir aguantando -amando- las pequeñas cruces que permitas
en mi vida".
Continúa hablándole a Dios con tus palabras
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