Domingo XVII
Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52) – 30 de julio de 2017
Hugo Canavan, fue un teólogo carmelita
canadiense, especializado en estudios bíblicos y en la animación de pequeñas
comunidades de base que trabajó entre los campesinos de Colombia, durante
muchos años, hasta su muerte. Alguna vez estaba dando un curso de Biblia en un
barrio popular de Bogotá. Los estudiantes de teología jesuitas colaborabamos en
esa época en las pequeñas y frágiles asambleas familiares que iban creciendo en
medio de las luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo y
la falta de oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo
fue explicando, en la casa de don Carlos León y doña Isabel, la importancia de
la Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas
treinta y cinco personas, ‘contando a las mujeres y los niños’, se quitó
las gafas y comenzó a contar…
"Había una vez un señor que
pertenecía a una comunidad de base. Su nombre era Marcos. Todas las semanas
participaba de la reunión en la que hablaban de los problemas del barrio, leían
la Biblia y rezaban juntos pidiendo a Dios o dándole gracias por lo que iba
realizando en medio de ellos. Un buen día don Marcos, que ya tenía setenta y
siete años, comenzó a saludar a la gente cambiándoles el nombre; a doña Belén
la saludó como si fuera Ángela; a Ángela la confundió con Mariela; a Saulo lo
confundió con Benjamín; a don José lo saludó como si fuera la señora Josefina.
Mientras Hugo contaba la historia, iba haciendo la representación de lo que iba
diciendo con los miembros de la comunidad a los que daba el curso y les iba
confundiendo los nombres.
Los que estaban presentes no
corrigieron a don Marcos. Lo saludaban naturalmente, aunque sabían que estaba
equivocándose. Algunos, después de la reunión, comentaron lo sucedido. Don
Marcos estaba perdiendo la vista... por eso, decidieron recoger una platica
para llevarlo al médico, para que le formulara unas gafas. Así se hizo. La
señora Mercedes se encargó de recoger la colaboración de todos y de llevar a
don Marcos al médico. A los quince días llegó don Marcos otra vez a la reunión
con las gafas en las manos y mostrándole a todo el mundo el regalo que le
habían hecho. Evidentemente, como llevaba las gafas en las manos, volvió a
confundir a todo el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire don Saulo las gafas
tan bonitas que me regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto les
agradezco doña Josefina por estas gafas tan buenas que me han regalado entre
todos! ¡Dios se lo ha de pagar!» Hugo iba representando a don Marcos con
las gafas en sus manos y mostrándolas a la gente, confundiéndoles el
nombre".
Después de contar la historia y
representarla, Hugo lanzó la pregunta, «¿Entienden ustedes lo que esto
significa?» Y fue recogiendo las conclusiones que la gente iba sacando: Por
ejemplo, decían: «Así pasa con la Biblia; la gente la recibe y está muy
orgullosa de tenerla, pero no la utilizan para lo que es». «La Biblia no
es para mostrarla a los demás, sino para poder ver a los hermanos que tenemos
al lado; es para reconocer a los que sufren junto a nosotros». «La Biblia
es como unas gafas que nos sirven para ver la realidad con los ojos de Dios; no
es para quedarnos viéndola a ella sola y mostrándola orgullosamente a los
demás». «Tener gafas y no colocárselas es como los que compran la Biblia y
luego la colocan en un lugar bien bonito de la casa, pero nunca la leen en
grupo, ni personalmente. Es como un adorno más en la casa». Y así,
sucesivamente...
Las parábolas, que fue la forma
como Jesús comunicó los secretos del Reino a los hombres y mujeres de su época,
siguen teniendo hoy un valor incalculable. Implican en el aprendizaje a los que
las escuchamos. No nos deja por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos
toca interiormente. Más que comentar el contenido de la predicación de Jesús,
deberíamos hacer como Hugo Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los
que tenemos alrededor... copiarnos su estilo...
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
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