domingo, 1 de julio de 2018

Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – 1 de julio de 2018








Texto del Evangelio del Domingo XIII del Tiempo Ordinario - Ciclo B
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (5,21-43):

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. 
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.» 
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. 
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?» 
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor

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Encuentros con la Palabra 
Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43) – 1 de julio de 2018

Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana

                                           
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Las situaciones de dolor en las que muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de tranquilidad y paz. Solamente cuando se ha estado desesperado, se entienden ciertas formas de reaccionar que es muy fácil juzgar desde fuera. Una cosa es ver los toros desde la barrera, y otra muy distinta, sentir el aguijón de la desesperación clavado en nuestra carne. Saber esto nos puede ayudar comprender a muchas personas que nos parece que han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.

Un buen amigo mío, sufrió en un momento de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. Él es una persona que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las fuentes del saber desde muy joven y se ha formado en las mejores universidades de Colombia y Francia. Resulta que estaba pasando por uno de esos momentos críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de hígado muy fuerte. Lo vi, con mis propios ojos, acostado en su cama, sosteniendo el polo positivo de una pila contra su hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre la boca. Un bioenergético le había dicho que el dolor de hígado que tenía se debía a un desequilibrio en la energía de su cuerpo, producido por unas amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una persona ignorante o mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo por semejante situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en la vida en los que no vemos otras alternativas y nos agarramos a cualquier cosa que nos brinde alguna esperanza de salvación, aunque a los ojos de los demás parezcan cosas insensatas y absurdas. Seguramente conocemos a muchas personas que han despilfarrado fortunas enteras, tratando de solucionar algún problema de salud propio o de algún ser querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una chispa de esperanza, cuando los médicos tradicionales la han perdido totalmente y habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han ayudado a seres queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del alcohol o de la droga y para eso han tenido que hacer grandes sacrificios, incomprensibles para quienes no estamos metidos en la situación.

La mujer que nos presenta hoy el evangelio, en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo, padecía una enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘crónica’: “(...) desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba, ‘Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”. Efectivamente, cuenta el evangelio que “Al momento, el derrame de sangre se detuvo, sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad”. Llama la atención la reacción del Señor que, “dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la capa? Sus discípulos le dijeron: – Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad”. Diríamos que esta mujer representa un caso extremo de desesperación, como los que hemos mencionado al comienzo. Pone su confianza en algo que no parece sensato. ¿Cómo puede pensar que con tocar la capa de un profeta, por muy importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la suya? Ella creyó. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le dice: “– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad”. Pidamos al Señor que sepamos vivir una fe como la de esta mujer del evangelio. Que luchemos por nuestros sueños con su insistencia y tenacidad. Pero que no desperdiciemos nuestra fe en curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos engañar por tanto encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino que pongamos nuestra fe en el único que puede salvarnos, efectivamente, y darnos una salud eterna.

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